Único testigo (Peter Weir, 1985)


Lo mejor y más maravilloso de Único testigo es que perfectamente podría haber sido una película comercial sin más; una muestra de cine policiaco eficaz pero olvidable, de las que cada año la industria de Hollywood produce un puñado. Sin embargo, se convirtió en el clásico ejemplo de película con un guión serio y profesional que, en manos de un director talentoso se eleva por encima de la media, rodada con sencillez pero llena de sutilezas, llena de ejemplos de lo que es la narrativa cinematográfica de alto nivel.
Esta película la vi en el cine, apenas con unos diez u once años. No es la clásica película que un niño quiere ver, pero hay que ponerse en la época: esta era la nueva película de Harrison Ford, en aquel momento héroe favorito de miles de niños (entre ellos, yo), que venía de encarnar nada menos que a Indiana Jones y Han Solo. Además, reciente el éxito de E.T. (1982), la estrategia de marketing de la película subrayó la presencia en este film del niño Lukas Haas, al que quisieron vender como el nuevo Henry Thomas (que interpretaba a Elliot en el clásico de Spielberg). Por todo ello me parecía una película apetecible y mis padres me llevaron.
Supongo que debería haberme llevado un chasco, porque este es un film claramente para adultos. Sin embargo, desde el primer minuto me cautivaron las notas de la extraña pero bella banda sonora de Maurice Jarré (años después le colocaría en el altar de mis compositores favoritos de bandas sonoras, al descubrir que eran suyas las de Lawrence de ArabiaDoctor Zhivago o  Los profesionales). Y aquellos planos de arranque, con los Amish dirigiéndose a un funeral, literalmente fusionados con la tierra que pisan (¡qué magistral uso narrativo del teleobjetivo!), por alguna extraña razón, me dejaron hipnotizado.
Al parecer, no fuí el único. Esta excelente película, a la larga, acabó convirtiéndose en una de las grandes obras maestras del cine comercial americano de los 80. Uno de esas extrañas películas que cautivan por igual al público y a la crítica, de esas que nadie espera pero se llevan todo por delante. El choque cultural que sufre el policía John Buck (magnífico Harrison Ford) al tener que integrarse en una secta Amish para proteger a un niño, único testigo de un asesinato; y la arrebatadora historia de amor de Buck con la madre de la criatura, son los elementos argumentales con los que el australiano Peter Weir levanta esta película memorable.
Más allá del argumento, desarollado de manera sólida e implacable en un guión excelente (obra de Earl W. Wallace y William Kelley), de Único Testigo me siguen alucinando sus atmósferas. Es de esas películas que consigue que los ambientes traspasen la pantalla y te envuelvan. Estás allí, con los personajes. Entiendes lo que ven, cómo lo ven y cómo lo viven. La empatía es tan natural que impacta. En tu mente no quedan diálogos: quedan imágenes, situaciones, emociones vividas. En lo que a mi respecta, es uno de los mayores halagos que se le puede hacer a una película.

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