Vampyres – Las hijas de Drácula (José Ramón Larraz, 1974)


Escribo estas líneas desde la tristeza. Y la vergüenza, porque he tenido que acordarme del cine de José Ramón Larraz a raíz de su muerte. Así que antes de empezar quiero disculparme contigo, viejo amigo, porque tú más que nadie debiste estar representado en este blog desde el principio.
Nunca comento las películas desde nada que se parezca a la objetividad porque este blog viene a ser un diario de mi relación personal con el cine, no puedo apreciar estas películas separadamente de lo que me hicieron o me hacen sentir. Pero es que en el caso de Larraz esto es más imposible si cabe, porque mi relación es antes con él que con su cine. Yo llego a las películas de Larraz a través de Larraz: aquel señor que vivía en el piso de arriba de donde montamos aquella pequeña escuela y que un día apareció con dibujos y películas bajo el brazo, porque le chiflaba el cine y nos quería conocer.
Aquel señor que resulta que había rodado películas de terror en casi todas sus variantes (psicológico, erótico, gore) en Inglaterra en los años 70 (país al que llegó a representar en Cannes ’74 con Symptoms). Un señor que fue dibujante de cómics en EEUU en los 60. Fotografo de moda en París en los 50. Exiliado político desde los 18 años tras la Guerra Civil. Al morir Franco volvió y consiguió trabajo con José Frade en el inenarrable cine de la transición, coqueteando con el destape (El periscopio) y con el cine cómico-chusco típico de la época (Juana la Loca… de vez en cuando). ¡Le conocí con ventitantos años y aquel señor setentón se convirtió en mi héroe! Larraz te contaba a anécdotas para escribir una enciclopedia, y había conocido a gente que ni os creeríais: John Schlesinger, Max Von Sydow (de quien afirmaba que pasó una nochevieja en su casa), Passolini (junto a quien afirmaba haber visto La noche de los muertos vivientes el día de su estreno en Londres). Gente del calibre de Quentin Tarantino ha introducido guiños y homenajes a su cine en alguna de sus películas.
Eso es Larraz. Un pozo sin fondo de sorpresas. Un tipo con una cultura, pero sobre todo una experiencia cinematográfica inabarcable. Tozudo, sabio, humilde. Cariñoso. Genial.
El siguiente paso lógico fue lanzarme a ver sus películas. Me gustaron mucho sus películas iniciales, las inglesas. Siempre le detecté predilección por dos de ellas, la mencionada Symptoms y la que nos ocupa, que es también su película más emblemática, famosa y representativa: Vampyres (traducida aquí como Las hijas de Drácula, supongo que para no confundirla con las Vampiras de Jesús Franco). Esta es la que más satisfacciones personales le dio, la película por la que no paraba de recibir homenajes, por la que la gente le conocía, la que le colocó en la categoría de cineasta de culto.
La película es característica del cine de terror erótico de serie B de los 70, tanto por la producción (presupuesto ínfimo, rodada en 16mm en muy pocas semanas) como por el argumento: las aventuras de dos vampiras de ilimitada belleza pero también de gran voracidad. Se alimentan seduciendo a sus víctimas, a las que devoran consumando el acto sexual. Literalmente, depredadoras del sexo. A partir de ahí, Larraz se las ingenia para hacer una película muy inquietante, con una poderosa atmósfera y una tensión bastante malsana que sin embargo logra hipnotizarte. Partes de gran sensualidad conviven con otras donde la violencia y el sexo explotan con una fuerza solo posibles en presupuestos tan bajos que te permiten hacer lo que te de la gana sin tener mucho que perder.
Si queréis introduciros en el universo Larraz, os recomiendo el documental On Vampyres and Other Symptoms, de Celia Novis. Allí no solo conoceréis su obra extensa y variada. Le conoceréis a él. Y creedme, es un tipo fascinante y muy buena persona. El tiempo nos había separado un poco, pero siempre le tendré profundo cariño y le consideraré uno de mis grandes maestros. El cine español ha perdido otro grande.

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