Tiburón (Steven Spielberg, 1975)


Dos años después de sorprender al mundo con una impactante y genial TV-Movie titulada Duel (El diablo sobre ruedas), un joven Steven Spielberg que aún no era nadie en la industria recibe de nuevo un encargo de dificultad narrativa extrema: adaptar un best-seller de Peter Benchley en el que dos tercios de la historia transcurren con tres personajes, en un barco pescador, en alta mar. Lo que no sabía cuando aceptó hacerla es que ese iba a ser el menor de sus problemas.
Para empezar un rodaje caótico, en el que el tiburón mecánico se oxidaba nada más entrar en contacto con el agua salada, estropeándose y arruinando cientos de tomas. Para seguir un equipo hostil con el joven director, que bajaba hasta en 20 años la media de edad del equipo técnico, viejas glorias que no entendían las propuestas del joven mozalbete, al que juzgaban como alguien que no tenía ni idea de hacer películas (vaya ojo clínico tuvieron)… Todo ello en el medio más hostil que existe para rodar una película: el mar.
Así que me pregunto cómo se las ingenió ese veinteañero desgarbado y feote para domar al tiburón, a los técnicos y al mar y sacarse de la manga su primer clásico en toda regla, una película de terror, aventuras y suspense inolvidable, miles de veces imitada, jamás igualada.Probablemente le ayudó Richard Dreyfuss, grandioso actor que hace aquí uno de sus mejores papeles y que se convirtió en el alter-ego delante de la cámara de Spielberg, su mayor apoyo dentro del plató y su mayor defensor fuera de él (ambos se regalarían mutuamente una obra maestra dos años después con Encuentros en la Tercera Fase). Añadamos otra actuación antológica de Roy Schneider y otra monumental de Robert Shaw. Y, por supuesto, una de las bandas sonoras por excelencia de la historia del cine, obra del gigante John Williams, que selló aquí y para siempre (con la única excepción de El Color Púrpura) una pareja creativa mítica con Spielberg.

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