Suspense - Los inocentes (Jack Clayton, 1961)


Otra vuelta de tuerca de Henry James es una de esas obras que se ha llevado al cine en repetidas ocasiones. Existe hasta una versión española de 1985 dirigida por el siempre reivindicable Eloy de la Iglesia. La obra de James es compleja, difícil, pero se entiende por qué el cine siempre ha puesto su mirada en ella. Su ambientación y poderoso contexto ofrecen grandes posibilidades narrativas con los medios técnicos de los que dispone nuestro querido séptimo arte.

La versión que hizo Jack Clayton en 1961, The Innocents (aquí se la llamó Suspense; de nuevo mejor el título original, que refleja todo el doble sentido que impregna la historia) es en mi opinión no solo la mejor de todas, sino que además es una de las grandes obras maestras del cine de terror de todos los tiempos.

¿Se puede aterrar sin mostrar nada? ¿Se puede crear suspense basado en lo que sospechas que se dice sin que se diga claramente? Por supuesto que se puede y Jack Clayton lo demuestra aquí. Esta película tiene un subtexto tan poderoso que acaba aplastando a la propia trama. Y no necesitas dos o tres visionados para darte cuenta. A la primera es obvio que lo que está ocurriendo fuera de cuadro es exactamente el motor narrativo que hace que todo avance.

Siendo consumidor desde niño de este tipo de películas, curiosamente llegué a esta bastante tarde. La descubrí a raíz de Los otros, de Alejandro Amenábar. Cuando se estrenó la historia de fantasmas protagonizada por Nicole Kidman, mucha gente empezó a hablar de sus similitudes con Otra vuelta de tuerca en general y con Los inocentes en particular. Esto me condujo a este clásico en aquel momento desconocido para mi. No tanto por comprobar las similitudes con la película española (no hay un solo cineasta sobre la faz de la tierra al que no le influyan grandes películas anteriores; no hay caso, señoría) como por el hecho en sí de que existiera una película de terror que todo el mundo alababa y que aún no había visto.

El impacto fue tremendo. De entrada, lo obvio: la combinación de la fotografía de Freddie Francis con el arte de Wilfred Singleton logra una ambientación en mi opinión legendaria. Los espacios son grandes, limpios, incluso predominan los colores claros...  pero esa luz de clave baja, muy contrastada pero sin embargo muy suave, casi difuminada, crea una especie de nebulosa constante que es la representación misma del misterio que lo envuelve todo.

Las interpretaciones: inolvidables. Sobre todo la de los niños (Martin Stephens como Miles y Pamela Franklin como Flora). Ya se sabe: en una película de terror con niños, el mal rollo que estos den es clave. Estos dos lo dan y mucho. Pero también Deborah Kerr (en uno de sus mejores papeles), como la institutriz Giddins, tan superada por los acontecimientos como nosotros, sufridos espectadores.

Y claro: la magistral puesta en escena de Jack Clayton. Austera, inteligente... Dejando todo el peso en los actores. Sin recurrir a trucos baratos para asustar. No lo necesita: llega un punto en que la sola presencia de Miles y Flora te hace crujir el espinazo.

Hay gente que piensa que el terror es un género menor que no ha dado obras maestras a la historia del cine. Quien diga eso, desde luego, no ha visto Los inocentes. (Aunque, pensándolo bien, quien diga eso en realidad no ha visto demasiado cine).


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