El nombre de la rosa (Jean-Jacques Annaud, 1986)
En 1980 se publicó El nombre de la rosa, maravillosa novela que dio a conocer a nivel mundial al italiano Umberto Eco, intelectual y escritor que luego nos ha dejado otro puñado de obras imprescindibles.
En ella se nos narra una fascinante historia de misterio, cercana al thriller (de hecho, con poderosa influencia de Conan Doyle y su Sherlock Holmes), en la que el ex-inquisidor Guillermo de Baskerville y su joven pupilo Adso de Melk, son reclamados en una abadía al norte de Italia para resolver unos escabrosos crímenes que están ocurriendo dentro de sus muros. Necesitan acabar con tan desagradable asunto antes de la llegada de Bernardo Gui, temible inquisidor que va a visitar la abadía en fechas cercanas...
Lo interesante de la novela, sin duda, es su contexto histórico: en plena Edad Media (concretamente en algún punto del siglo XIV), con la Inquisición en su momento álgido, y en una abadía cuya principal ocupación es el mantenimiento y ampliación de su excelsa biblioteca, una de las más importantes de occidente.
Seis años después de la publicación de la novela, y tras el éxito internacional de su película En busca del fuego, el francés Jean Jacques Annaud se lanza a adaptarla al cine. No era tarea fácil; es una obra compleja, llena de referencias históricas y rica en descripciones de los confusos pensamientos de Adso (desde cuyo punto de vista está contada la historia) en quien se mezclan la severa educación religiosa y los ardores propios de la adolescencia... Asuntos nada fáciles de poner en una pantalla.
Inteligentemente, Annaud centra la película en la trama policiaca (bastante fascinante en sí misma), potenciando los aspectos de thriller. Dejó que los detalles históricos fuesen implícitos en la propia trama y, sobre todo, en el potentísimo envoltorio visual de la película, con un preciso diseño de producción del inmenso Dante Ferreti (colaborador frecuente de Scorsese), que resalta la sordidez, suciedad y poca calidez del lugar; y una iluminación de Tonino Delli Colli (director de foto habitual de Leone) que sabe ser realista y espectacular a al vez.
La lucha intelectual entre el inteligente y cultísimo Guillermo de Baskerville (perfecto Sean Connery, gran elección de casting) y un monje asesino en serie, nos conduce a uno de esos protagonistas "no humanos" que personalmente tanto me gustan: la biblioteca. Desde muy pronto, te das cuenta que todo gira en torno a ella. El propio Guillermo de Baskervile va a allí, en realidad, para poder zambullirse en la inmensidad de volúmenes únicos que atesora. Lo de los crímenes le fascina, sí, pero no deja de ser una excusa.
Cabe recordar que, en la época en la que se desarrolla la historia, anterior a la invención de la imprenta, solo sabían leer y escribir los nobles y los religiosos. Y ellos eran quienes escribían, copiaban a mano, guardaban y gestionaban los libros.
Por eso uno de los aspectos claves de la trama es esa biblioteca que guarda libros de todo tipo. También de los "peligrosos"; o sea, aquellos que contradicen los preceptos del cristianismo. Por ello, solo unos pocos sacerdotes pueden acceder a su interior (entre los que ni siquiera está incluido el abad). Pero, y aquí viene lo fascinante, por si alguno sucumbe a la tentación de entrar por su cuenta, la biblioteca está diseñada como un laberinto construido en el interior de una torre, como un cuadro de Escher real.
Y es que, en el fondo, de lo que va El nombre de la rosa no es de un asesino o unos crímenes. Ni de un investigador. Ni siquiera de la Inquisición. De lo que va es del poder que otorga el conocimiento. Para ser exactos, del poder que otorga la gestión de dicho conocimiento y, por lo tanto, de la información.
Suena actual, ¿verdad? Claro. Los contemporáneos gestores de Facebook o Google, por ejemplo, también conocen la importancia de ese poder.
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