Rocky (John G. Avildsen, 1976)


Que quede claro: no me interesa la saga Rocky (a día de hoy, si no me equivoco, van por la séptima). Me importa un gran bledo todo lo que tenga que ver con Rocky 2 (incluida) en adelante. Para mi, la gran película es la de 1976. Lo demás puede servirme, como mucho, para pasar un rato entretenido con cero exigencia. Poco más.

Dicho eso: para muchos de los que crecimos entre 1975 y 1989, nos encantaban las películas y por lo tanto fuimos carne de VHS y videoclub, el nombre de Sylvester Stallone es inevitable. Para bien y para mal. Es una de esas cosas con las que tienes que aprender a vivir.

Aunque evidentemente de niño lo gozaba con sus delirios testosterónicos y el variopinto catálogo de explosiones y mamporros que contenían sus películas, con el paso del tiempo mi relación cinéfila con el viejo Sly se ha reducido casi en exclusiva a esta película y su inolvidable trío protagonista: Rocky Balboa (Stallone en el mejor papel de su carrera), Adrian (exquisita Talia Shire) y Paulie (maravilloso Burt Young). La disfuncional vida de esta familia de perdedores me resulta tan fascinante que me obliga a revisitar cada cierto tiempo este clásico del cine setentero americano.

El trasfondo de Rocky es muy potente. Retrata unos Estados Unidos entregados a un capitalismo tan salvaje que no duda en usar a los débiles para alimentarse y crecer. Un país, representado en Apollo Creed, al que no le importa jugar con los sueños, esfuerzos y aspiraciones honestas de sus gentes. Lo único importante es que el show continúe, que el dinero siga corriendo en la misma dirección de siempre.

Todo el mundo recuerda las míticas escenas de Rocky entrenando sin medios: bebiendo huevos crudos nada mas levantarse para reventar de proteínas (o al menos siempre interpreté que bebía esa asquerosidad con ese fin); usando pedazos de carne muerta como saco de boxeo; echando carreras a los barcos del puerto; y, por supuesto, subiendo los escalones del Museo de Arte de Filadelfia (primer plano de la historia rodado con steady-cam, por cierto), con las notas del Gonna Fly Now de Bill Conti atronando.

Unas escenas que muestran a un tipo lleno de pureza y autenticidad. Un tipo entregado al esfuerzo y el trabajo duro para lograr sus objetivos. Pero hace falta algo mas que pureza, autenticidad y esfuerzo para triunfar en esa Norteamérica que retrata la película. Hace falta dinero. Hace falta poder. Y para tenerlo es necesario renunciar a tu propia esencia.

De alguna forma, la carrera inmediatamente posterior de Stallone es el perfecto ejemplo de ello. Logró triunfar masivamente en los 80 a costa de traicionar a su gran personaje, trasformándolo en un ganador, en un héroe. Exactamente en aquello que no era. Le fue bien y se hizo millonario. A la calidad de su cine, sin embargo, no le fue tan bien...

Stallone ha intentado en las últimas partes de la saga devolver por todos los medios a Rocky al barrio, a la pureza outsider de los orígenes, a su característica fundamental de inadaptado. Es un tipo listo: seguramente se ha dado cuenta del terrible error que fue sacarle de ahí.

Por lo que a mi respecta, ya no cuela. Rocky Balboa murió en 1976 y su lugar lo ocupó un personaje con su mismo nombre, con su misma cara, pero que jamás volvió a ser el mismo.

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