Grizzly Man (Werner Herzog, 2005)


Apenas hablo de películas documentales (o "no-ficción", como la llaman ahora los modernos) en este blog, a pesar de que hay un buen puñado de ellas que me chiflan. Llegué muy adulto al cine documental. Supongo que esa es la razón por la que hay muy pocas películas de esta tendencia que me hayan impactado de la forma que lo han hecho cientos de películas de ficción desde mi infancia. No obstante esa es una deuda que este blog ha de saldar y qué mejor forma de empezar que con uno de los grandes del cine alemán.
Werner Herzog vive una segunda juventud autoral gracias al género documental. Amo y señor mundial del cine alemán de ficción durante los 70 y 80, realizó un puñado de obras maestras cogido de la mano de un actor mítico, Klaus Kinski. La explosiva relación creativa y personal entre ambos generó películas inolvidables como AguirreFitzcarraldo o el peculiar remake de Nosferatu del año 1976 (de hecho, en el también excelente documental de Herzog Mi enemigo íntimo (1999) se explora esa relación de extremo odio y sin embargo necesidad mutua). La muerte de Kinski a principios de los 90 pareciera haber apagado poco a poco la llama del cine de ficción de Herzog. De los 90 para acá sus mejores películas nos las ha dado en formato documental. Y entre ellas, mi gran debilidad es sin duda esta fascinante Grizzly Man, una de esas películas maravillosas de la que no esperas mucho y acaba reventándote la cabeza.
Narra la epopeya vital de Timothy Treadwell, heterodoxo naturalista norteamericano especializado en osos Grizzly (un tipo de oso pardo), fundador y presidente de la Grizzly People Fundation y pintoresco freakie-showman como hay tantos y tantos en los USA. El bueno de Tim llega a tener tal obsesión con los osos que durante trece veranos consecutivos se cuela en la Reserva Federal de Alaska, donde más población de Grizzlies hay. Y acampa allí, solo, a pecho descubierto durante meses, entre estos osos que para él son entrañables amigos pero que, atención, son los más grandes de la Tierra, los más fuertes y salvajes que existen. O sea: uno de los seres más poderosos del planeta. Lo podemos resumir diciendo que la simple caricia de las garras de un Grizzly mediano puede tirar tus tripas por el suelo. Y claro, el entrañable e insensato Tim encontró el final de sus días desgarrado por los colmillos de uno muy hambriento. Y la tragedia no acaba ahí. En esa maldita ocasión, Tim estaba acompañado por su novia, que también murió bajo las mismas mandíbulas.
Esa es la historia y Herzog te la cuenta en los cinco primeros minutos de película. A partir de ahí, con la base del material grabado por el propio Tim Treadwell en sus excursiones veraniegas al “laberinto de los Grizzly”, Herzog se lanza a retratarle de manera fascinante, a la búsqueda de respuestas que expliquen su extraña obsesión con los osos y la naturaleza más salvaje. Y en cada recoveco de su vida que investiga se dibuja una nueva y desconcertante arista en Treadwell, que en las manos de Herzog se convierte en un personaje memorable: épico, patético, desequilibrado, ultra sensible, absurdamente audaz y, en última instancia, conmovedor.
Ganadora del Festival de Sundance en 2005, Grizzly Man es la mirada honesta e impactada de un ser humano hacia la naturaleza. Pero ese ser humano que mira no es Treadwell: es Herzog, que nos lleva acunados en este viaje hacia el alma de Treadwell con su voz en off y sus apariciones en momentos clave del documental. Y usa la mirada de Treadwell para exponernos la suya en un ejercicio de guión-edición solo al alcance de maestros del cine. Como le ocurría con Kinski, Herzog encuentra en Treadwell al hombre delirante y temerario, tan cerca de la genialidad como de la absoluta estupidez, que necesita para poner a prueba su propia forma de ser, más temerosa, sensata y reflexiva. De vez en cuando me encuentro gente que no termina de entender cómo un documental puede ser cine con mayúsculas. Grizzly Man es una de las mejores respuestas que puedes dar a eso.

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