Hana Bi – Flores de fuego (Takeshi Kitano, 1997)


Takeshi Kitano es un showman japonés que poco a poco derivó su carrera hacia el cine. Se hizo un hueco en Occidente en los años 90 con películas muy macarras, casi siempre de género policiaco y thriller pero que tuvieron muy buena acogida en algunos festivales importantes (Cannes, Berlín) y entre los fans del cine oriental y de la cultura basura (Kitano fué creador, director y presentador del mítico Humor amarillo). Entre las cosas destacables en el cine de Kitano encontramos al personaje que él suele intepretar. Una suerte de Charlot demente, inexpresivo, salvaje. Y, como Charlot, inmerso en distintas aventuras, con distintos nombres incluso, pero siempre con las mismas pautas psicológicas. En fin: todo el mundo tenía ubicadísimo a este hombre a finales de los 90, en un lugar muy concreto.
Y entonces llegó esta película maravillosa que nadie esperaba de él. La ultra violencia deja paso a la contención. La macarrada, a la sensibilidad. Kitano nos cuenta esta vez una historia que, como es habitual en él, se desarrolla en ambiente policial. Pero aquí su cámara se aleja de golpes de efecto y se orienta hacia las personas, mostrándonos un grupo de juguetes rotos obsesionados con su trabajo pero inútiles para la sociedad y la vida fuera de él. A su personaje habitual, plano y directo, le empiezan a salir aquí aristas, pliegues y matices insospechados hasta ese momento. Un retrato de la soledad, de la obsesión por aquello a lo que te dedicas. Un film duro pero bello con el que se ganó el derecho a entrar en la primera división de los cineastas mundiales.
Poco después confirmó su categoría con otras obras maestras como El verano de Kikujiro, de la que hablaremos en otra ocasion. Pero es inevitable que, cada vez que veo a Kitano, me venga a la cabeza algunas de las bellas y turbadoras imágenes que pueblan Hana Bi una película que, no se muy bien por qué, siempre me remitió al primer Scorsese, aquel que era capaz de encontrar poesía en ambientes sórdidos y personajes que en la vida real consideraríamos peligrosos.

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