Gattaca (Andrew Niccol, 1997)


No deja de ser curioso que, a pesar de haber sido uno de los géneros clave en mi formación audiovisual, apenas he hablado de películas de ciencia ficción. Quizá se deba a que aunque he gastado cientos de horas de mi vida viéndolas no sean muchas las que en realidad han dejado un poso potente.
Particularmente, hay un tipo de ciencia ficción que me apasiona: la que, a pesar de tener bajo presupuesto, juega sus cartas estéticas con la suficiente habilidad como para que no se note. THX 1138 podría estar en esa categoría. Y, sin duda, Gattaca está en esa categoría. Espectacular debut tras las cámaras de Andrew Niccol que le colocó en el centro de todas las miradas, junto a sus compañeros de generación Christopher Nolan y Paul Thomas Anderson, que por estas fechas estrenaban Memento y Boogie Nights, respectivamente. Como es obvio, Niccol fue el único de ese trío que no consiguió afirmarse como un primer espada y su carrera entró en una extraña deriva de la que no se ha terminado de recuperar.
Lo cual no quita que Gattaca sea un película fantástica. Una de esas de la que no esperas gran cosa y te hace pasar un rato maravilloso. Con ecos de Un mundo feliz de Huxley, la cámara de Niccol nos muestra un futuro relativamente cercano en el que la gente tiene la opción de prediseñar genéticamente a sus hijos, para que no padezcan ciertas enfermedades, o tengan las condiciones óptimas para dedicarse a determinadas ocupaciones… Esta posibilidad ha generado una sociedad de castas, en la que sólo los “perfectos” genéticamente pueden acceder a ciertas profesiones: política, economía, deporte, ingeniería, medicina…
Con ese punto de partida, Niccol nos cuenta la historia de los hermanos Freeman, uno “natural”, o sea, sin retoques genéticos (Vincent, interpretado por Ethan Hawke) y otro “retocado” (Anton, interpretado por Loren Dean). Vincent tiene un sueño: ser astronauta. Por desgracia, esa es una de las profesiones “vetadas” a los “imperfectos”. Lo cual, evidentemente, no va a pararle…
Un gran guión que desgrana un relato sobre el espíritu de superación humano y que, como buena muestra de ciencia ficción, no deja de ser un gran recordatorio del mundo de mierda en el que vivimos. Un cuento futurista cuya moraleja es que estamos en un mundo en el que aquello de la igualdad entre todos los seres humanos es palabrería que se lleva el viento en el día a día de cualquier sistema.

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