Los Miserables / Testigo de excepción (Claude Leloch, 1995)



Decía Hitchcock que la mejor forma de hacer una adaptación y lograr que la peli fuera mejor que la novela original era... adaptar malas novelas. Supongo que esa es la razón por la que muchas grandes novelas se intentan llevar a la gran pantalla cada cierto tiempo, y siempre encuentran dificultades para funcionar.

Los Miserables es un gran ejemplo de ello. En el caso de la obra maestra de Victor Hugo, además, está el handicap de su extensión: dos partes que, en total, sobrepasan sin esfuerzo las 1.500 páginas. Una de esas novelas decimonónicas que cierta modernidad "acusa" de digresión (como si se pudiera "acusar" de un recurso narrativo plenamente voluntario y objetivamente eficaz). Digresión que, a la hora de adaptarla, ofrece serios problemas para quitar pasajes por lo bien conectado que está todo y porque todo aporta. Una historia, en fin, gigantesca con unos personajes inolvidablemente humanos en su bondad y en su maldad: Jean Valjean, Javert, Fantine, los Thénardier, Cosette y Marius...

Como se sabe, la adaptación más popular y exitosa de la novela a otro medio es la obra de teatro musical creada en 1980. Sin duda, uno de los musicales más famosas del siglo 20. Ya sabéis: de esos que se tiran décadas en Broadway, Londres etc.

Esta versión se adaptó a su vez al cine en 2012 por Tom Hooper, dando lugar a la también más popular versión cinematográfica de la novela. Esta ha sido la única película de éxito mundial basada en Los Miserables. Por desgracia, nunca compartí el furor por esta película. Salvo la escena de Anne Hathaway (que compone, las cosas como son, una excelente Fantine), cantando "I Dreamed a Dream", el resto me pareció bastante aburrido y alejado del espíritu de la novela. Mucha emoción, sí, pero más basada en la espectacularidad que en los personajes, que aparecen aquí en una versión muy superficial en comparación a la novela.

Recuerdo también otra versión que no estaba mal, pero que era quizá demasiado... ¿rígida? Me refiero a la de Billie August de 1998. Su trío protagonista era muy esperanzador: Liam Neeson como Valjean; Geoffrey Rush como Javert; Uma Thurman como Fantine... Sonaba a gran casting no solo por los grandes nombres sino también por lo adecuado para dichos personajes.

Esta versión es extremadamente respetuosa con el original lo que, curiosamente, llega a ser un problema. A veces, estas novelas legendarias y totémicas generan tal responsabilidad en el/la cineasta que la adapta que acaba siendo una película miedosa. Cuando una historia conmovedora se convierte en una historia fría, hay un problema ahí.

Tan solo tres años antes, en 1995, Claude Leloch había hecho la versión que, a día de hoy, sigue siendo la que mas me gusta. Al menos, conceptualmente. Y es curioso, porque Leloch hace eso que se suele llamar "adaptación libre". Que, traducido, viene a ser un "voy a contar esto como me dé la real gana". (Espíritu al que, por cierto, homenajeo la traducción española al convertir el título original en... ¡¡Testigo de excepción!! No me digáis que no es top esta "retitulación").

Claro: cuando se trata de obras de este prestigio y envergadura, este tipo de planteamientos "libres" siempre genera polarización. Por un lado, automáticamente, salta el argumento de "para qué cambiar si la historia es buena tal cual es". Por otro lado, también automáticamente, salta el contrario: "pero la historia tal cual ya sabemos como es, para qué contarla como siempre".

En el caso de Testigo de excepción (es que es tan top que la voy a seguir llamando así, qué queréis que os diga), alejarse del original me parece una gran jugada. Su forma de "alejarse" de la novela se sustenta en dos pilares:

El primero: cambia el contexto histórico llevándolo a la II Guerra Mundial.

El segundo: descontextualiza también a Jean Valjean (y el resto de personajes), contando su historia a través de los paralelismos que se dan con la vida de Henri Fortín, un buscavidas interpretado por el gran Jean-Paul Belmondo, que desde esta versión heterodoxa logra hacer un extraordinario Valjean.

Todo esto, que descoloca mucho al principio, acaba haciendo que la historia, muy conocida y por lo tanto previsible, se vea fresca, nueva e inesperada.

Por otro lado, aunque la película era una de esas mega producciones francesas muy pensada para el mercado internacional, Leloch intenta buscar la emoción no en la espectacularidad (como en la también superproducida versión musical de Hooper) sino en la humanidad de los personajes, tal y como ocurre en la novela (monumental, pero a la vez intimista).

Vale, puede que siga sin ser la gran película sobre Los Miserables. Pero, al menos, Leloch demuestra un gran amor por la novela y una gran conocimiento de los personajes. Desarrollarla en otro contexto tiene algo de audacia, sí, pero hacerla funcionar así demuestra la potente universalidad de la obra de Victor Hugo, y su validez atemporal.

Y qué demonios: ver a Belmondo hacer su versión de Jean Valjean es en sí mismo un placer.





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