¿Qué fue de Baby Jane? (Robert Aldrich, 1962)


El concepto “duelo de actrices” nunca tuvo tanto sentido como en esta obra maestra de Robert Aldrich. Bette Davis y Joan Crawford, dos mitos de la edad de de oro del cine americano venidas a menos se odiaban con todas sus fuerzas. Mucho más que rivales en taquilla, la Davis y la Crawford acumulan anécdotas de su rivalidad radical y salvaje, que durante años llenaron de morbo la crónica rosa (y negra) de Hollywood.
Aldrich sabía perfectamente el gran riesgo que asumía al juntar estos dos titanes en el mismo plató. Pero también sabía que se obsesionarían por ser mejor que la otra. Y esto solo podía ser bueno para una película cuyo argumento expone el odio visceral y atávico entre dos hermanas, grandes estrellas del cine y el teatro en el pasado, que se enfrentan a su época de decadencia profesional y ocaso vital. Aldrich acertó, qué duda cabe. Logró un mano a mano actoral memorable.
Más allá de sus anécdotas, la película es un título mítico del cine de terror psicológico. Lo interesante de Baby Jane es que parece fusionar otros clásicos anteriores. Tiene ecos de El crepúsculo de los dioses (1950), de Billy Wilder, de la que recoge el arquetipo de la vieja gloria incapaz de asumir su decadencia y convertida por ello convertida en una caricatura de sí misma, interpretada allí por Gloria Swanson y aquí por Bette Davis. También tiene ecos de Las diabólicas (1955), de Henri Georges Clouzot, y su concepto de terror grandguiñolesco. Pero no por ello carece de una potente personalidad propia, y de hecho rápidamente se convirtió en una película de referencia del género. La espectacular combinación entre la dirección artística (de William Glasgow) y la fotografía en blanco y negro (de Ernest Haller) dan al film el ambiente opresivo, angustioso y tétrico que precisa esta dura historia sobre juguetes rotos, que habla de algo en el fondo tan actual como los los peligros de no asimilar ni querer asumir algo tan natural e inevitable como la vejez.

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